Imagen de Cucho Cuño
Compartir
06/06/2018

Cucho Cuño

 En el marco de la Feria Internacional del Libro de Rosario, entrevistamos a Cucho Cuño, el ilustrador de López, el perro favorito de miles de niños y niñas, y de otros de nuestros libros favoritos.

 (Por Edgardo Pérez Castillo) López es un perro, Cecilio un niño azul, Trik una brujita, Blad Strujen un vampiro y Quijote... un caballero. Plenos de colores algunos, delineados en trazos monocromáticos otros, estos personajes cargan con la misma tinta: la de Hernan Cucho Cuño, el ilustrador, diseñador y escritor bonaerense que este sábado a las 17 llegará a la ciudad para participar de la Feria Internacional del Libro Rosario, donde firmará ejemplares de sus libros. Discípulo de nombres históricos de la historieta y el humor gráfico argentino como Eduardo Ferro y Sergio Langer, se especializó en literatura infantil y juvenil junto a Istvanch y Graciela Repún. Sus trabajos han sido publicados por Alfaguara, Atlántida, Del Eclipse, Del Naranjo, Huaca Ediciones, Lata de Sal, Santillana y Puerto de Palos. Y, también, en Quipu, editorial que incluye sus ilustraciones para El caballero de La Mancha (con textos de María Inés Falconi, y que retoma las maravillosas aventuras de Don Quijote) y López, el perro-que-quiere-ser-perro creado por la pluma de Silvina Rocha.
 Previo a su visita a Rosario, desde Chicho y Babel charlamos con Cucho sobre su oficio como autor, ilustrador y creador de personajes. Y, claro, sobre la acción misma de dibujar. “Al principio todos dibujamos --dice Cucho--. Cuando estamos recién empezando a encontrarnos con el mundo, una de las primeras cosas que uno agarra es un lápiz, y lo primero que hace no es escribir sino que intenta representarse y, después, representar el mundo. Lo que termina pasando, en mi caso o en el caso de la gente que sigue dibujando, es simplemente éso: seguir. No cambiar del dibujo a la escritura sino ir por los dos caminos a la vez. Porque uno necesita de la escritura sí o sí, entonces el dibujo medio que se va olvidando porque uno empieza a pasar más al mundo de las ideas y a explicarlas a través de las palabras, no tanto a través de las imágenes. A mí lo que me suele pasar mucho, muchísimo, es que cuando intento explicarle algo a una persona termino agarrando un papel y un lápiz y hago un dibujito de cómo sería tal o cual situación”.
 - De todos modos en tu caso la palabra sigue estando presente, ya que también tenés un rol autoral.
 - Sí, se acompañan. En el trabajo que nosotros hacemos, la literatura infantil, hay una parte en donde uno empieza a mezclar las cosas. En el libro álbum las dos formas de contar se entrelazan, se mezclan, y en algunos momentos colaboran, en otros se pelean, en otros se repiten. El autor que quiera contar una historia en un libro que tenga tanto texto como imagen, tiene que terminar negociando, de alguna manera, qué se va a contar con texto, qué se va a contar con imágenes y cómo se van a interrelacionar.
 - En este marco, al momento de trabajar con textos de otros autores, ¿cómo terminás delineando un personaje? En el caso de López, por ejemplo, Silvina Rocha quizás tenía sus propias ideas sobre ese personaje al que vos terminás de darle fisonomía, aportándole nuevas características en relación a lo que quizás la escritora hubiera imaginado. ¿Cómo se da ese trabajo?
 - En el caso de López, específicamente, lo que tuve inicialmente fue una muy buena charla y muy buena química con Silvina. Más allá del texto escrito, ella me contó lo que tenía en mente pero no tanto por la fisonomía o por la estética del personaje, del perro, sino por la manera de sentir del perro, por la personalidad más oculta, no lo más evidente. Lo que le pedí que me cuente es de qué manera sentía López, de qué manera percibe el mundo, con qué ojos. Básicamente es como una lectura de alma del personaje y López es un perro en apariencia muy cobarde pero que termina animándose al mundo, de alguna manera. Es muy exagerado en su sensibilidad, muy apañado, es un perrito bien de departamento, y se ve de qué manera todas estas aparentes debilidades confrontan con el conflicto que presenta la historia de López.
 - Un perro que quiere ser perro...
 - Claro, un perro que quiere ser perro, pero que en realidad no tenía consciencia de que no lo era tanto, sino que es por comparación. Eso no es tan de perro, esto de estar comparándose con el de al lado como para ver quién es mejor, quién tiene más, quién vive de la manera que debería vivirse, es más bien una neurosis bien humana... En realidad, por supuesto, siempre son conflictos humanos los que se cuentan: aunque sea a través de la personalidad de Lopecito, lo que estamos contando en general son las cosas de la condición humana. Con Silvina me pasó así, que pudimos tener charlas previas. Pero de repente pasa que te cae un texto y cuando terminás de ilustrarlo el escritor no se enteró de todo el proceso y se encuentra con un personaje que no tiene nada que ver con lo que tenía en su mente. Muchas veces se sorprende, porque de alguna manera enriquece a la lectura (porque un ilustrador muchas veces es el primer intérprete del trabajo del escritor), a la historia, y en otros casos se sorprenden y puede no gustarles. Ahí es donde intervienen más los editores para mediar. De todas maneras en general tuve mucha suerte con los libros que fui haciendo, tuve buenas experiencias en esto de interpretar la esencia de los personajes que tuve que ilustrar.
 - En este sentido, por un lado está esta posibilidad de crear un nuevo personaje y, por otra parte, situaciones como las de tener que dibujar al Quijote, un personaje que ya está moldeado por un imaginario colectivo. ¿Cómo abordás estos trabajos donde ya hay una marca, una imagen muy presente, pero donde se supone que intentás también darle tus propias características?
 - Bueno, con el Quijote es tal cual como decís, es un personaje que arrastra una historia descomunal, es un clásico de la literatura universal y es muy difícil correrse de lo que está establecido como el personaje que es. Ahí el desafío no pasa por encontrarle una vuelta al personaje en sí, sino de qué manera uno se adapta al texto. Que en este caso es de María Inés Falconi, que lo adaptó de una manera muy cómica y se dio que el tipo de humor que ella maneja en el texto, la editora encontró muchos puntos en común con el humor que manejo en la imagen. Es como que el personaje creció a partir de la forma de contarlo, de qué manera se articula el humor, cómo se vuelve contemporáneo. Se busca una manera más irreverente de contarlo, porque al tener todo este halo de solemnidad, de clásico universal, toda esta cosa grandiosa (que la tiene El Quijote), con irreverencia, con humor, con una estética amigable, despojada, más contemporánea, de alguna manera va acercándose a que los chicos de esta época puedan leerlo, divertirse y reírse. Te imaginás que un chico de 10, 12 años, si se tiene que acercar a un libraco que tiene el ancho de una Biblia... lo asusta. Entonces me parece que la historieta es una llave que abre paso con mucha fluidez, es un idioma muy moderno, que está ligado a lo cinematográfico, pero al que uno puede acceder en formato de libro. Yo lo disfruté mucho, porque sentía que estaba acercando un libro como El Quijote, al que quizás los chicos no se hubieran acercado de una manera tan lúdica, de disfrute.
 - ¿Cómo se da la selección del tipo de dibujo, de la paleta de colores? Porque entre tus trabajos puede encontrarse tanto algunos que están más cercanos a lo monocromático, con mayor preponderancia del blanco y negro como en Blad Strujen o ¡A destruir el mundo!, después aparece mucho color en Cecilio, López o el mismo Quijote. También tenés animales más caricaturizados como en Gato Pato o Pichón y trabajos más realistas como los que hiciste para los manuales de El ojo del huracán. Dentro de esa amplitud, ¿qué te lleva a optar por una u otra línea?
 - Hay muchas cosas a tener en cuenta con respecto al color. Básicamente, lo que manda es si el editor decide que va a ser a color, blanco y negro, o si va a tener dos colores. Por ejemplo, hay unos libros de Abran Cancha donde el color era el negro y uno especial. Como ilustrador uno tiene que circunscribirse a la escala cromática que te dicta, en ese caso, el editor. O en los libros que son como Blad Strujen, donde se elige negro y un color especial para cada novela. En este caso yo también fui el diseñador junto a una diseñadora amiga, y ahí seleccioné el tipo de color. En ese caso específico me puse a leer la historia y lo elegí en base a los colores que la historia me dispara. Y en el caso de los libros que son a color libre, en general me gusta utilizar colores que yo llamo “de pastilla”, colores que son en general planos. Me ciño a cinco o seis colores de base y algunas variaciones mínimas. En general lo que trato de hacer es generar un impacto visual que tenga que ver con lo que está contando la historia. Y después están los caprichos: en la naturaleza no existen gatos del color de Gato Pato, ¡salvo que algún demente venga y los pinte con pintura! Eso tiene más que ver con el juego, entretenerse y divertirse. Y con encontrarle la esencia al personaje. Cecilio, por ejemplo, es un chico normal, pero es azul... Y ese azul celeste tiene más que ver con lo nocturno, con el clima que quería generar, y que de alguna manera encajó en la forma que está contado.
 - Todo ese trabajo que planteás se redimensiona a partir de lo que el público interpreta: el arte siempre se completa con el otro. En este sentido, ¿cómo te llevás con los encuentros con el público, como el que se dará este sábado en la Feria del Libro de Rosario?
- Mirá, por el laburo que nosotros tenemos, tanto la gente que escribe, que ilustra, los que nos dedicamos a esto en general, tenemos mucho tiempo trabajando solos. El máximo espacio en el que uno tiene ese feedback que vos decís es en las ferias, los encuentros que tienen que ver con los eventos de libros en general. Eso contrasta tanto con la soledad que en un punto es abrumador, y a la vez es una ola que te refresca, que te marca si estás yendo por un buen camino o si tenés que corregir algunas cosas. También la suerte de los libros depende de... no sé de qué específicamente. Hay libros que tienen una respuesta en la gente y explotan, y hay otros en los que uno trabajó un montón, le puso mucho amor, y no prende tanto. De esas cosas te vas dando cuenta no sólo con el reporte de ventas, sino con el feedback de la gente en vivo, que te dice, que te cuenta cosas. Con López nos llegó una carta de una persona, de apellido López, que de alguna manera nos terminó de impulsar a hacer el López 2. Esta persona nos comentaba que nosotros hicimos una historia que termina abierta, en un potencial final López es feliz en la libertad de la playa, y esta persona nos contó la realidad: los perros abandonados, o que se escapan, terminan muy mal, no tiene nada que ver con el supuesto final feliz de López. Que es un final que está escrito en potencial: nosotros lo dejamos abierto para darle continuidad, pero el acicate que terminó generando el movimiento para esta segunda parte fue esa carta, que nos llevó a contar esta otra realidad. Por eso López 2 tiene un nivel de complicación más grande que en el primero, donde todo el conflicto es que él se compara y Cartucho le muerde una oreja... En López 2 está unos meses caminando por la ruta, no la pasa tan bien, pero al final resuelve. Ese es un ejemplo contundente de cómo, de alguna manera, la gente también puede empujar historias.