La renovada Granja de la infancia es atravesada por un concepto con fuerza de pedagogía: pensar con las manos.
Amasar combinando la materia en transformación. Seleccionar los ingredientes, pesar, amasar, dar forma y cocinar. Las variantes imperativas del infinitivo marcan los pasos del renovado espacio de La Granja de la Infancia, que sus visitantes habrán de recorrer en un viaje a las formas primeras del hacer, en donde el cuerpo se pone para crear lo básico de la subsistencia. Amasar para alimentarse poniéndole las manos al pan que llena la panza.
Moldear y darle forma al contenido. Los instrumentos para beber, atesorar, conservar y cocinar, hechos con el mismo barro que alimenta la vida de la tierra y la de los fondos de los ríos, se amasan, y se moldean. La arcilla de las vasijas, la materia que integra las piezas más viejas de los artificios de la historia humana, se moldea para inventar y construir, y obtener de lo esencial, la construcción, nueva materialidad que surge del trabajo y permanece en el mundo, transformada.
Tejer la espera de la metáfora, los años de las abuelas, las trenzas de las niñas. Tejer lo que se viste y lo que guarda, lo que transporta y ornamenta. Tejer con junco y con mimbre, tejer con redes y hacer del lazo la trama, de la vara superficie, de la palabra el texto, del individuo lo colectivo.
Toda la exploración de las materialidades que se descubren y trabajan en las primeras y renovadas salas de la galería principal de La Granja de la Infancia, son atravesadas por el concepto de pensar con las manos. En el recorrido (viaje a los oficios y las actividades esenciales) son las manos las que hacen lo que se precisa. Y acerca de la materia transformada, la torsión de una pieza, la cocción de las altas temperaturas, el desgaste, se aprende haciendo. Desde las propias manos de quien toca y hace, surge el destino de lo que viene. Hacer y acompañar con las palabras justas estos procesos, es una forma de hacer escuela. Cuando esta palabra prohibida permanece secreta, y el saber se esconde en el hacer, se aproxima una pedagogía cuyos libros no están a la venta, cuyas formas no son exclusivas de un inaccesible colegio privado. Es la mentada y concebida desde el Tríptico, espacio público, accesible, que está para descubrir las maravillas del arte y la ingeniería, de lo técnico y lo dramático, de la mímesis y de la improvisación absoluta, de la combinación y la emancipación de las formas.
Amasar el pan, moldear la arcilla y tejer con mimbre son formas de exploración manual de las materialidades. En la última parada, Explorar, el enfoque se reorienta hacia el saber científico.
Atravesar su puerta es abrir el Herbario de las Hadas de Sebástien Perez y Benjamin Lacombe, y meterse dentro. En ese otro mundo de observación y estudio, de análisis y conocimiento, también puede despertarse la fascinación y el encantamiento, porque descubrir tiene sus maravillas y la disposición de esta sala es un absoluto acierto para reafirmarlo. Es cuestión de encontrar cómo hacer para atender y entender lo que de otras maneras parecería tedioso, imposible, ficticio. Un escenario falso, un montaje de laboratorio, pueden despertar en la infancia un marco de realidad mucho más real por lo tangible, que una descripción específica de algo verdadero. De allí las formas de buscar el encantamiento, de teatralizar lo rutinario, de poner lo académico patas para arriba y disfrazarlo de maravillas, para apelar a lo que conmueve y moviliza en las infancias que no es el saber porque sí, sino el juego de jugar, descubrir y construir permanentemente, porque sí. Explorar el Herbario de la Granja, conocer la cianotipia y experimentarla, oler las flores secas, construyen aún desde la ficción de ese espacio, un verosímil para el saber. Ese saber que puesto solamente en palabras, son palabras sin sostén, tienen aquí cuerpo y materialidad, soporte para permanecer en un recuerdo, en una imagen, en la memoria de la experiencia que se vive.