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17/02/2020

Para y por Las infancias

(Por Aimé Peira) Cuando comencé con Chicho y Babel no quería reproducir “Literatura infantil”, porque temía infantilizar detrás de un concepto que, socialmente, se entiende como forma de hacer pequeño. Aportar a la confusión que existe entre edades tempranas o estaturas bajas, con gente pequeña que lee en pequeño cosas pequeñas, distaba mucho de mi intención. Peor cuando actitudes infantiles son las berrinchudas, las poco serias, las que manifiestan falta de compromiso (ojalá se llamaran infantiles a soñadorxs de cualquier edad, a quienes aman y viven lo lúdico). Entendía que la infancia, como concepto, era más respetuosa de ciertos caracteres de lo infantil, y además, que planteaba una ruptura implícita con la edad biológica. Le di muchas vueltas al asunto, y me lo justifiqué en sentidos metalingüísticos y literarios. Es que también pensaba en lectorxs de edad adulta, para quienes salta a simple vista la ambigüedad con lo infantil. La infancia, en cambio, era un tesoro que yo aún conservaba. Así, los Libros para la infancia eran pensados para la infancia de cualquier edad.

Leyendo a Graciela Montes y a Michèle Petit se enriqueció aquello que me daba la impresión de estado o estadío. “Infancia” fue tomando forma de territorio de subjetividad, de refugio, de recuerdos, de posibilidades latentes de conexiones remotas, de historia. Fue pareciéndose al juego y a la música, al movimiento involuntario del pie frente a un ritmo, al ensueño. Eso que pasó hace solo 8 años, tiene hoy un nuevo contexto.
En el mundo editorial, a partir de Chirimbote, conozco las “Infancias” libres. Aparece el concepto en notas, se lo escucha en las voces de activistas, militantes, educadorxs. Cuando inaugura La casa imaginada de la Biblioteca Argentina Dr. Juan Álvarez, su placa anuncia: Biblioteca Pública para todas las infancias. Lo veo, ahora también, en los encuentros que coordinará Beatriz Actis en Homo Sapiens. Leo, ahora, otra significación construyéndose a partir de este plural que es exigencia de una época en donde se apuesta al encuentro en la diversidad, reconociéndose, en un fenómeno social inédito, el poder formador y transformador del lenguaje: el poder de la enunciación social. Las infancias como aquellos trayectos, aquellas particularidades, aquellas singularidades que hacen de cada unx el sujeto-individuo que puede convivir con otrxs en un plural.
Cuántos matices y cuántas voces ajenas que llegan modificando la propia, transformando el lenguaje hacia otras producciones de sentido que apuestan a poner en valor lo que en verdad importa. En tiempos en donde el estallido de lo visual se lee como una amenaza al lenguaje escrito, la disputa por las palabras hila más fino.
El lenguaje inclusivo es una construcción permanente que excede a las miradas de los columnistas de La Nación, para quienes todo se focaliza en el uso de la “e”, que además, pareciera ser un mal peor a la inflación, Evo Morales o un Iraní. Son tiempos de rupturas lingüísticas y de búsqueda, como una revolución de las palabras que nos pone en jaque frente a toda enunciación, propia y ajena. Se va perdiendo cierta gratuidad en los decires en un proceso social, cultural y lingüístico de asombrosa retroalimentación. Podemos sentarnos a leer y oír este tiempo del cambio.