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11/04/2020

Del abcd infinito

Una lectura continuada sobre cartón, transformada en esculturas de letras condensando la posibilidad de las palabras.

  ¿Educación, crianza, o formas de leer?

  Suena redundante o simple una expresión como “leer letras”. A veces, pareciera que un abecedario por delante solo nos condicionara a repetir uno por uno los sonidos (fonemas) asociados a cada letra. Aunque cuando apostamos a lecturas integrales, y expandimos la experiencia lectora desde el objeto libro pero más allá del mismo, nos encontramos con procesos complementarios y enriquecedores.
  Partimos de una idea simple después de haberme encontrado con uno de esos mensajes que me molestan. Es que no me gustan los carteles que rezan frases meritócratas o individualistas.  Ni los sueños se hacen realidad, ni somos responsables de lo que nos toca. Eso le explicaba a mi hija sobre “Trabaje feliz. Haga cosas hermosas”, impreso en un cartón que nos disponíamos a pintar. Haciendo foco en la potencialidad de nuestro sistema lingüístico, le dije que si recortábamos esas letras, podíamos transformar el mensaje, y se sumó al desafío de cortar y escribir palabras que nos gustaran mucho. Pero el cartón era durísimo… ¿“Dreams come true”? No íbamos a lograr cortarlo, aunque mamá acumuladora tenía otros cartones más apropiados en algún lugar de la casa… y como a mamá acumuladora le encantan las letras, y anda transportando por toda la casa Hasta el infinito de Květa Pacovská, tuvo otra idea: volver a leerlo.
  Así fue que utilizamos de plantillas las páginas caladas del libro, y copiamos otras letras en cartón. Con papá acumulador cortamos las letras y junto a nuestras hijas las pintamos. Nos llevó la tarde. Por la noche las entramos para que no se humedecieran con el rocío, y comenzamos a pensar: ¿qué haríamos con ellas?
  Yo sugerí hacerles unas pequeñas incisiones para poder encastrarlas. Maia (7) propuso armar como escultura una torre que estuviera dentro de una caja-castillo vigilada por un dragón, y que con las letras que la conformaran se pudieran formular palabras que ayudaran al personaje encerrado en la torre a salir de la misma. Dijo que por ejemplo, si se formulara la palabra “valentía”, “la nena o el nene atrapado en la torre se haría valiente y podría salir”. Lis (3) tomó la referencia. Agarró una letra “o” con un cuadrado pintado y dijo que eso era una puerta, que abriéndola se encontraba un castillo con una princesa. Mientras lo explicaba, acomodaba muchas letras sobre mis piernas y armaba un reino con personajes y todo.
  Probablemente no hubiéramos llegado a esa instancia si yo imprimía una plantilla de letras, las recortábamos y les decía de jugar. La preparación de un juego-proyecto diferente a lo cotidiano, la implicancia con compromiso en la realización de un alfabeto inspirado en los diseños de una autora, las horas de ejecución y secado de las piezas, fueron labrando el camino de la deconstrucción hacia la apropiación para la invención libre. Tanto lo fue en el caso de Maia, que aplicó cualidades similares a las de las palabras performativas para cualquier palabra que se materializara en la torre, como si la estructura tridimensional de una palabra en el mundo pudiera, en el marco ficcional del juego, concretar un significado.
  Les ofrecí contarles lo que yo pensaba hacer con las letras, y Maia me quiso escuchar. Le dije que buscaría letras que me permitieran elaborar muchas palabras diferentes, solo por representar las posibilidades infinitas. Maia entendió sola que eso era lo que representaba el título del libro de Kvéta ¿hubiera sido lo mismo si yo solamente decía que con las 27 letras de nuestro alfabeto podemos construir una inmensidad discursiva? Maia tomó una “y” y una “o”, escribió “yo”, lo leyó y se señaló a sí misma. Observé un detalle y se lo compartí:
la “y”, que era enorme, se escondía detrás de la “o” al decir “yo”, como si la palabra ilustrara la timidez de quien la enunciara.
  No hubo mayores reflexiones, ni conclusiones, ni pedidos específicos de nada que pudiera asemejar el juego a una “tarea”. Pero no puedo dejar de preguntarme acerca de los aprendizajes implicados que tal vez no puedan ser explicados en palabras.
  Es común confundir el aprendizaje con la comprensión, como si solo se tratara de la posibilidad de operar sobre un contenido. Y es tan común, que cuando alguien no logra explicar o dar cuenta de algo a través de la palabra, se cree que ese alguien no aprendió nada. Gran equivocación en la que caemos sistemáticamente, modelados por la dudosa pedagogía de objetivos y las torpes formas de evaluación que reinan sobre nosotros.
 

¿Cuáles son las huellas que nos transformaron y transformaron nuestra percepción? ¿Importa hacia dónde conducen? Si nada cambió ¿qué pasó en el mientras tanto, con nosotras y con las letras? No preciso respuestas, solo la seguridad de que me queden más preguntas para poder continuar juntas.